En diciembre inicié un viaje de Key West a Canadá, La Odisea se prolongó hasta mediados de marzo. Fueron un total de 13,611.5 Km. para lo que se requirieron 1843 litros de nafta a un promedio de $2.53 dólares por galón. La idea del viaje era encontrar un lugar donde vivir por los próximos dos años. El resultado, un diálogo inusual tratando de descifrar la trama-Obama en la comunidad negra de bajos ingresos.
Todo cuesta un poco más cuando se parte del sur de la Florida. Han pasado casi dos siglos desde que la joven nación americana se hiciera formalmente cargo de la península y para muchos, este sigue siendo un país aparte, corrupto y decadente, unido al resto de los EE.UU por ciertas convenciones y la televisión consagrada, desde hace meses, al debate entre Obama y Clinton. Miento: ayer Tatiana, una tigresa siberiana, burló el cerco y se comió a Carlos Souza en el zoo de San Francisco. Ahora la televisión también habla de eso. Para mañana pronostican sol y no dan ganas de peregrinar al invierno.
Hoy es mañana, llueve. El cartero dejó en la puerta de mi departamento un sobre con remitente de la Oficina de Elecciones (trad. Junta electoral). El sobre contiene una notificación tamaño carta, bilingüe, impresa a dos colores. El azul y el rojo sumados al blanco de la cartulina de 180g le dan al envío un acabado patriótico.
En el ángulo superior izquierdo (1) se destaca el sello de la Oficina de Elecciones y el nombre de la Dr. Brenda C. Snipes (trad. diminutivo de franco-tirador) seguido de una advertencia: (2) “Se adjunta información electoral importante, sírvase abrir inmediatamente”. Un poco más abajo el agradecimiento (3), después de todo el voto es voluntario: “¡Gracias por inscribirse para votar! A continuación, hallará su nueva tarjeta de información del elector. Examínela y compruebe que todos sus datos estén correctos. Si necesita corregir algo, rellene el reverso de la tarjeta y envíela a la dirección que encontrará arriba. Si todo está bien, desprenda la tarjeta, dóblela en dos y guárdela bien. DESTRUYA TODAS LAS TARJETAS VIEJAS DE INFORMACIÓN DEL ELECTOR QUE USTED TENGA.” Acto seguido, la apelación al voluntarismo (4): “¿Quiere hacerse trabajador electoral?: Sírvase llamar a la Oficina de Elecciones por el 954-459-9911.” En las últimas elecciones me tocó votar en la secundaria, en otra oportunidad fue en el edificio de las cortes. Esta vez me toca votar en el Meadowbrook Condo Recration. N'est pas mal.
Según la tarjeta a troquelar, (5) tengo derecho a elegir, además de presidente y vicepresidente, senadores, diputados, comisionados del condado, miembros de la junta escolar y cargos municipales. Esta vez me salvo de la consideración de jueces, jefe de policía y bomberos y hasta el momento no se habla de enmienda alguna a la Constitución lo cual representa un verdadero alivio. La elección resulta agotadora. Más de un año de internas han desgastado las opciones del más antiguo de los dos partidos mayoritarios al que estoy afiliado según da fe la cartulina a dos colores (6) y el proceso amenaza con prolongarse hasta junio.
Hace un par de días conocí a Dieudonné, ministro de la Iglesia de Dios. Dieudonné asegura que los negros del norte son distintos a los del Caribe y duda de que le vayan a dar el voto al hijo de un africano. Para Dieudonné, Obama no es lo suficientemente “americano”. Le recuerdo que Powell es hijo de jamaiquinos, que Madeleine Albright es checa y que Henry Kissinger es alemán.
— “En el momento menos pensado le toca a un haitiano.”, digo.
—“No míster, a los haitianos nos falta mucho. Además nosotros somos hombres de Dios. Para acercarse al gobierno hay que alejarse de Dios. La política es una cosa sucia, un mundo de tentaciones.”
—“¿Y fuera de la política no hay tentaciones?”
—“Cada uno es responsable de sus pecados. Cuando uno es jefe de un estado todos pagan por los pecados de ese único hombre”.
Me pareció una manera extraña de entender los límites de las responsabilidades viniendo de un pastor evangélico que dice ser responsable de las almas de su feligresía.
—“¿Si usted cometiera algún pecado, cree que los hombre y las mujeres de su iglesia pagarían por usted?
—“El Señor no va a dejar que caiga en la tentación”.
La iglesia de Dieudonné está incorporada, es una corporación como cualquier otra en este país. Lo mismo sucede con las ciudades, también que están incorporadas. Una ciudad o una iglesia en los EE.UU puede quebrar. La Iglesia de Dios de Dieudonné no está en quiebra pero le pega en el palo, es pobre.
Los inmigrantes haitianos son una minoría compleja: son negros, extranjeros y hablan un idioma que sólo ellos entienden. Cuando llega un barco cargado de cubanos a las playas de la Florida es un acontecimiento, si en cambio llega un barco cargado de haitianos resulta una calamidad. Los cubanos suelen son blancos y tienen la vaca atada, los haitianos son negros y eso es un problema. Hoy los haitianos en los EE.UU. suman el millón y han sido estigmatizados como portadores de SIDA y tuberculosis lo que determinó un mayor grado de alienación con sus vecinos. Los que sobreviven la travesía, infinitamente más riesgosa que la de los cubanos, se instalan en la Pequeña Haití que hoy es un suburbio del área metropolitana de Miami. Con el tiempo muchos intentan radicarse más al norte en Massachussetts, New York e incluso en Canadá donde los efectos de la discriminación se ven atenuados por un contexto social más tolerante.
Pero no todos los negros haitianos son pobres ni padecen las mismas desconsideraciones. Jimmy F., a quien me une una amistad de años, es un buen ejemplo de lo contrario. Tiene 36 años, nació en New Yok, está casado con una colombiana de piel blanca y ocupa un cargo gerencial en el Wachovia Bank. Jimmy vive en Boca Ratón, en un barrio de clase media, gana $75.000 dólares al año y a pesar de estar registrado como demócrata piensa votar por McCain. ¾ “No me gusta el discurso anticapitalista de Obama”, dice Jimmy. “Celebro muchas de sus reivindicaciones, pero no creo que para terminar con la pobreza haya que castigar a los que más tienen. Repartir la de otro es el camino más fácil, producir es todo un desafío.” Pascal B. es otro ejemplo del mismo caso. también es haitiano, primera generación de inmigrantes. Pascal B. nació en la isla pero terminó sus estudios universitarios en este país. No llegó en bote sorteando los peligros del Caribe, lo hizo en un vuelo con pasaje en primera clase. Hoy Pascal B. está casado con una finlandesa (blanca, no creo que las haya de otro color) y gana cerca de los $400.000 al año como vicepresidente en una multinacional. La última vez que me crucé con Pascal era republicano, bushista.
Dieudonné pertenece a la clasificación de los primeros, los recién llegados, de manera que tiene voz pero no vota, vive en la Pequeña Haiti:
—”J’ai entendu l’Envoyé de Dieu.”, asegura, y con eso pareciera bastarle.
Hoy reinicié la marcha. A medida que avanzo hacia el norte desaparecen del dial las emisoras en castellano y las que –en créole– están reservadas a los negros de la Pequeña Haití. Llegando a Daytona ya no se escuchan y las estaciones de servicio están atendidas por chinos y paquistanos en lugar de nicaragüenses y dominicanos. Daytona es un buen lugar para reabastecerse. La opción más cercana resultó CITGO, la cadena estatal venezolana. Obama asegura que de ganar las elecciones estaría dispuesto a encontrarse con Chávez, también con Morales y Castro. Me gusta esa predisposición al diálogo, aunque no estoy muy convencido de que vaya a servirle de nada.
La última frontera de este sur peninsular es San Agustín. Poco falta para la línea divisoria donde muchos aseguran que comienzan los verdaderos Estados Unidos de América. De ahora en más los no vienen de las Indias Orientales ni del Caribe, no curten calipso y la dieta no pasa tanto por lo cajun como por el maíz y la calabaza, prefieren el burbon a la cerveza; son hijos e hijas de las plantaciones y llevan los apellidos de sus antiguos propietarios: Jefferson, Johnson, Thomson, Washington. De aquí en más se abren hacia el oeste y el norte inagotables fórmulas de integración. Los negros también se disuelven, se mezclan, se cruzan y sus reivindicaciones son cada vez más americanas. Se me ocurre que eso es lo que hace el juego interesante. Supongo que la candidatura de Obama viene -en cierta manera- a poner a prueba la determinación de pertenecer, determinación a la que los castellano-parlantes del sur de la Florida se resisten con empeño y orgullo. Aquí, en San Agustín, cerca de la frontera con Georgia, lo español son resabios: la fachada de una iglesia, un monolito que evoca la Constitución de 1812, el fuerte, un cacho de muro y una Calle Sita.
Desde el momento en que partí de Key West la temperatura desciende a razón de dos grados cada cien kilómetros. Ni más ni menos. Es curioso. All llegar a Georgia recordé “An Hour Before Daylight”, una biografía de Jimmy Carter, oriundo de estos pagos que resulta una radiografía de las relaciones entre blancos y negros a principios de siglo pasado. Carter fue un buen presidente al que muy pocos quieren, una suerte de Illia con la biblia bajo el brazo. Cuando Carter le dijo a su madre que pretendía postularse como candidato a la presidencia ella le preguntó: “¿Presidente de qué?”. Pero la vieja terminó arremangándose y haciendo campaña. Por aquel entonces hacía falta mucho menos dinero que ahora para las campañas. Altri tempi. Carter arrancó ganando en Iowa sobre la base de un discurso místico que servía de bálsamo a una sociedad golpeada por el escándalo de Watergate. El discurso de Obama también tiene algo de evangelista, ese tufillo a promesa sureña de redención paradisíaca que lo hace sospechoso y que también es esperado a partir del ataque que derribó las Torres Gemelas.
Pensando en el manisero llegué a Savannah, una de las primeras ciudades planificadas de las que se tengan memoria en América. Calles arboladas, balcones, muros de ladrillos, plazas arboladas que sirven de remanso en los crueles veranos húmedos del sur. Savannah es cuna de la First African Baptist Church. Según dicen los que saben la FABC es una de las más antiguas en un país donde la vida de muchos, particularmente la de los negros, gira en torno a los templos y sus ministros. No es un dato menor. Varios meses después de mi regreso a Buenos Aires estalló el escándalo entre Obama y su pastor, el Reverendo Jeremiah Wright Jr. El incidente inclinó la balanza a favor de Hillary Clinton y los medios (particularmente la cadena FOX) cuestionaron duramente la amistad entre Obama y su pastor. En los países dónde la filiación religiosa es reemplazada por la política importa más saber quién era el jefe político de un candidato en los setenta, por acá lo cuenta son otros evangelios.
Leroy McEntire, descendiente de esclavos (¿quién no?) es uno de los que asisten cada domingo con la mejor indumentaria a los servicios religiosos de la FABC. Lo encontré en un laverap. El tipo tenía ganas de conversar, yo también:
—”Cuando el pueblo se convierte en mero espectador de disputas tan irrelevantes lo que queda es una sensación de haberlo perdido todo.” aseguró McEntire “Soy demócrata, pero en las internas pienso abstenerme.”
—”¿A qué disputas se refiere?”
—”Obama-Hillary, qué más. Es una telenovela de mal gusto. Son dos vanidosos y la vanidad es un pecado.”
—”Tal vez la soberbia, pero no la vanidad”
—”La vanidad es el miedo a parecer original y los candidatos deberían marcar sus diferencias, no tener miedo a decir las cosas como son.
—”Suena bien”
—”Lo dijo Nietzsche”
—”¿Leyó a Nietzsche?”
—”¿Le sorprende?”
LeRoy tenía razón, uno está lleno de prejuicios y suponer que un negro sentado en un laverap esperando turno para el secado haya leído Nietzsche no entraba en mis cálculos. Decidí revertir los argumentos:
—”¿El que Obama sea negro cuenta para algo?”
—”Qué le hace pensar que los negros votamos a negros porque son negros. Eso son prejuicio de blancos. Es posible que los blancos tengan más reservas frente a un negro de las que pueda tener un negro frente a un cara pálida. En estas elecciones serán más los blancos de clase media, jóvenes y estudiantes llenos de culpa, los que acaben votando por Obama.”
—”Tiene sentido”
—”¡Claro que tiene sentido, soy un negro inteligente!”, dice LeRoy con la impostación de un acento sureño y con un guiño de ojo. La charla se prolongó hasta las dos de la mañana en un pub irlandés con trébol de tres hojas de neón y espejos en el techo. Del café de máquina en el laverap pasamos a la cerveza y de la birra al whiskey de Tennessee. Antes de despedirnos, LeRoy sugirió que intentara llegar hasta Columbia, capital de South Carolina, a donde tenía planeado apearse Obama al día siguiente con el objeto de disputarle la plaza a su rival.
En Columbia, donde hay casi tantos blancos como negros, Obama obtuvo un triunfo resonante. La ciudad es hermana de Plovdiv en Bulgaria, un dato a tener en cuenta. También es una ciudad planificada como Savannah. El casco histórico ha sido tomado por los equipos móviles de CNN y hoy por hoy debe ser la ciudad con más agentes de seguridad en mundo. No quiero ni imaginarme lo que pasaría en este país si algún trasnochado tuviera la ocurrencia de cargarse al morocho. Esa misma noche, ante una multitud, el vate de Honolulu se despachó con su Sermón de la Montaña. Obama se dirigió a los pobres de espíritu a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los pacíficos y a los que sufren la persecución de la justicia. Pero la gota que derramó el vaso llegó al invocar a una viejita que le había remitido a su campaña una contribución de tres dólares con un centavo. El recurso, de una demagogia patológica, hizo que esa noche me fuera a dormir republicanizado.
Por la mañana fui a buscar el auto al concesionario donde lo había dejado para que le hagan unos ajustes al motor. Al llegar me encuentro con que a falta de repuestos lo habían cambiado por completo. A partir de ahora tengo un cero kilómetro. El gerente del establecimiento se llama Chuck Connors, igual que “El hombre del rifle”. Mientras ultimaban detalles nos pusimos a conversar.
—”Hillary tiene carácter”, dijo el hombre del rifle. “De Obama cuestiono su pasado musulmán. No tengo nada contra los musulmanes pero no estamos viviendo uno de los mejores momentos en las relaciones entre las dos culturas como parta mandar a la Casa Blanca un peregrino a Mecca.”
—”Hubo un católico en la casa blanca.”
—”Duró poco.”
—”¿No se supone que deberías estar con Obama?”
—”¿Por qué?”
—”Digo..”
¾”¡Pamplinas! Eso es como decir que tu abuelo, por blanco que fuera, debiera haber simpatizado con Hitler”. La idea de que las mujeres voten por Hillary, los negros por Obama y los hispanos por González o Rodríguez es tonta (silly).
El planteo no es descabellado. Días atrás, Leonilda Zurita, senadora por el MAS, partido de Evo Morales y protagonista del filme “Cocalero” dijo que los indios debían apoyar a Morales por ser uno de los suyos. Zurita dijo además que los indios eran más inteligentes y sensibles que otras personas. Lo segundo es absurdo y racista, lo primero es un llamado a la filiación tribal que se contradice con la idea de diversidad. Se me ocurre que la diversidad no apunta a conservar las diferencias tanto como integrarlas. Un negro judío, de madre china casado con una italiana que escucha bossa nova en el Bronx no está sujeto a las lealtades de aldea que propone Morales, la Organization de Afro-American Unity de Malcom X o el Ku Klux Klan. Tal vez Obana, por ser hijo de keniano de Nyangoma-Kogelo y una norteamericana de Wichita nacido en Honolulu y criado en Jakarta se diferencie de los precandidatos negros del pasado. Esas variables de origen y religión (Obama es converso) hacen del demócrata un cocktail Americano, único. Los que piensan que su conversión al cristianismo es una traición al Islam no terminan de entender la formula del Nuevo Mundo donde las lealtades se verifican día a día. Hoy estoy más demócrata, hoy me gusta Obama.
En Columbia se me ocurrió de llegar a Charlottesvile pasando por South Boston y Lynchburg en Virginia. Lynchburg es una ciudad que fue y que hoy está prácticamente abandonada. El escenario es común a muchas otras ciudades en Norteamérica: desaparece la industria que las sostiene y la gente emigra. En este caso eran hilanderías.
Desplazarse por estas autopistas es una manera de perderse con licencia. Desde 1976 los EE.UU están ligados por una red interestatal que suma 75,376 km de asfalto, se trata de la obra pública de mayor envergadura y el complejo de accesos viales más sofisticado del planeta. Por momentos es un juego subirse, digamos en Mobil Alabama para bajar en Pueblo, Colorado y volver a intentarlo por el sólo hecho de hacerlo en la dirección opuesta o en cualquier otra. Da gusto perderse en las autopistas, ser un auto más, desaparecer. Camino a Lynchburg, poco después de las plantaciones de tabaco que quedan más al norte de Halifax me detuve en Appomattox: una estación de tren y silos para acopio de cereales. No mucho más. Esa tarde conocí a Rex, un godo misógino, camionero negro como el pecado y con una cruz de oro sobre el pecho.
— “La Constitución debería haber previsto el lugar de las mujeres. Ahora estamos pagando las consecuencias”, dijo el gordo que gana cuatro mil dólares al mes viajando de costa a costa. El tipo parece confundido, cree que soy Billy Joel. ¡Dios mío! ¿Por qué siempre otro? Si no es Cordera en Bolivia es Billy Joel en North Carolina o Bruce Willis en Seúl. Soy un doble profesional de múltiples símiles. El negrazo me dice que va a votar por Obama y lastra como presidiario.
—“¿Qué remedio me queda? Nunca votaría a una mujer. La política no es para las nenas. Las mujeres son dañinas y perversas.”
Se me ocurre que el tipo estaba bromeando y se lo dí a entender. No le gustó.¿Qué habrá pasado con aquella idea del voto selectivo? ¿Porqué el voto de ese idiota vale lo mismo que el mío. Estoy viviendo un brote anti-democrático. Hoy pienso que da igual votar por quién sea. Salgo del local a fumar y terminarme el café solo, a ver cómo pasan los camiones por la ruta. Atardece en Virginia. Al rato aparece un tipo que viene a vaciar el contenedor de basura, también negro y dice que piensa votar por Obama. Las minorías son un problema. Las mayorías también. El hombre que se deshace de la basura dice que con Obama van a aumentar el sueldo mínimo y que va a terminarse la guerra en Irak y que todo el dinero que se gastan allá lo van a gastar acá para que la gente viva mejor. —“Aunque lo más probable es que no vote y me quede en casa. No estoy nunca en casa, creo que voy a tomarme el día de las elecciones para quedarme en casa”. Favor que me hace.
El resto de la noche lo pasé escuchando una y otra vez el mismo tema musical: “Ergötzlichkeit zur rechten Zeit”. Con un poco de suerte el amanecer me sorprende yendo hacia el oeste, hacia las montañas. En Lynchburg pienso retomar hacia el norte por la 29 que atraviesa uno de los paisajes más venerables de América en dirección a Charlottesville. Quizá duerma en el auto, hace años que no hago eso. Por la mañana pienso visitar todos los viñedos que pueda de Nelson County hasta Albemarle. Virginia tiene muy buenos vinos y bellas mujeres; Charlottesville un campus universitario con una biblioteca circular diseñada por el mismísimo Jefferson a la que llaman Rotunda. Dicen que el huésped de Monticello pasó los últimos días sentado junto a una de las ventanas que miran hacia la promenade. Yo estuve en esa ventana muchas veces y en esa ventana decidí llamar a mi hijo Thomas. A Jefferson le toco vivir en tiempos en los que hombres como Thomas tenían esclavos y se preguntaban cuál de todas las soluciones posibles ayudaría a atemperar el problema de los negros en América. Una de ellas, fue recolonizar África con negros Americanos. En enero de 1820, partieron ochenta libertos con destino a la costa occidental de África donde la Society for the Colonization of Free People of Color of America había establecido un país diseñado para recibirlos. Curiosamente los descendientes de esos pioneros regresan con frecuencia América en busca de las raíces de sus antepasados del mismo modo en que los que quedaron de este lado peregrinan al África en busca de los suyos. Detrás de una supuesta unidad racial hay una sofisticado universo de desigualdades que terminan definiendo individuos únicos, irrepetibles. Hablar de los negros norteamericanos en general acaba resultando tan imposible referirse a los pueblos indígenas u originarios de América. Fuera de estas páginas quedaron los soldados, los académicos, los periodistas, los gobernadores, los alcaldes, los maestros y los científicos negros que construyeron este país junto a los que ya estaban cuando llegaron y a los que fueron viniendo después.
En cierta oportunidad hablé de gente de color con un negro y el negro me respondió que él no era de color. “De color son ustedes,” dijo, “que cuando tienen vergüenza se ponen colorados; cuando sufren del hígado, amarillos; cuando los golpean, morados; cuando se intoxican, verdes; y cuando se asustan se vuelven pálidos. Nosotros somos siempre negros, man”.
Hoy me gusta Obama, no por negro sino por insistir en la idea fundacional del experimento americano de que todo es posible. Si el morocho de Honolulu no vuelve a desenfundar argumentos kirchneristas como el de los tres dólares con un centavo de la viejita, estaría dispuesto a darle mi voto en noviembre.
El viaje se prolongó más allá de lo previsto. Supongo incluso que empezó mucho antes de lo pensado. Todo viaje es la continuación de otro y difícilmente acabe cuando uno lo supone. Lo que fue más allá de estas páginas son caminos, ciudades, sembradíos, bares, hoteles; dos mellizos asexuados en Charlottesvile, una cuadrilla de mexicanos en Washington, Alfred con su Iced Caramel Double Macchiato reivindicando a Clinton en la puerta de un Starbucks, los tres cubanos en Harlem que sueñan con Mitt Romney porque están seguros que no va a levantar el bloqueo, las dos negras encantadoras y gorditas en la boletería de Rippleysen Myrtle Beach, una China en China Town llamada Ding enamorada de McCain, un negro uruguayo, propietario de Evita, una tienda de bikinis en Virginia Beach, que dice que todo le importa nada.
Después de tres meses en la ruta sigo sin saber a dónde voy a ir a vivir los próximos dos años y ya no me preocupa demasiado. Durante ese tiempo casi me convierto a la causa republicana dos veces pero se me ocurre que soy demasiado joven para eso y que, después de todo, me gustaría ver al hijo converso de un africano ocupar el lugar de Washington en la ciudad que lleva su nombre. Supongo que no es la mejor decisión que haya tomado en mi vida, pero por lo menos puedo tomarla y está bien que así sea. Por las dudas, y para adelantarme a las celebraciones me compré una camiseta negra de Obama y otra de McCaine.