Por Eduardo Montes-Bradley
Han pasado seis meses y la Fernández sigue firme al timón de Titanic: exuberante, alucinada. Esta chica no me gusta. En realidad no me gustan las que llevan a cuestas el apellido de casadas anteponiéndole ese de tan lujurioso. Ya casi no quedan mujeres de. Las minas modernas se perteneces a sí mismas y no traicionan al padre. Lo cierto es que a Fernández le cuesta largar el Kirchner, y como es sabido este último tiene debilidad por la tribu de los Fernández.
Puesto a pensar resulta ineludible la comparación de CFK (casi un Kentucky Fried Chicken, una curiosidad) con mi primer novia o, mejor dicho, con aquello en lo que mi primer novia se convirtió tres décadas más tarde. Aquella mujer fue mi primera aproximación al peronismo; un idilio efímero. Creo que el peronismo manifiesta su costado más siniestro cuando su intérprete es una mujer, mi novia y Fernández no constituyen excepción alguna. Desconozco las razones, pero el peronismo pareciera ser cosa de hombres. Tal vez por eso Evita creo una rama diferencial para ellas como sucede en el Islam. Fernández pone demasiado énfasis en su género y condición. Por momentos pienso que el peronismo hace cosas terribles con las minas que alguna vez fueron deseadas y son escasas las instancias en las que llegaron a superar su condición de mujer sobreponiéndose al estigma por méritos inherentes a sus aptitudes intelectuales. Pero convengamos que Kirchner tampoco es inteligente. La diferencia radica en que al segundo no le importa y en consecuencia no siente vergüenza; la Fernández en cambio se resiste buscando el reconocimiento que habrá de eludirla y en el proceso ofende, atropella, hiere, lastima, abusa y ningunea con la espontaneidad y frescura del ignorante.
Mi primera novia insistía en la relación como si fuera un experimento y cuanto tuviera una oportunidad alentaba balances mientras yo buscaba zafar minimizando daños colaterales. Cuando la Fernández sale al ruedo señalando estadísticas que probarían aritméticamente el éxito de su gestión está haciendo exactamente lo mismo que mi novia cuando pretendía convencerme que todo estaba bien cuando la relación –como a ella le gustaba llamarla a eso que nos unía- estaba destinada al fracaso. Mi novia quería que habláramos de nosotros y a mi el nosotros me resultaba tan ajeno como a Fernández el sillón de Rivadavia. Pero habíamos quedado en hacer un balance, pues bien: No hay báscula que resista tanta torpeza, tanta verborrea e hipocresía. K-quistócrata es un término que viene en mente. ¿Otras imágenes? Titanic, Iceberg, Rosa Luxemburgo y Elena Ceausescu febriles tras la ingesta de una deliciosa sopita de peyotes maduros, un helicóptero negro que despega de la terraza de una casa rosada. Como diría mi abuelita: “Habrá que desensillar y esperar hasta que aclare”. La Historia la absorberá. Mientras tanto, no puedo dejar de pensar que me hubiera gustado ver una mina en el poder que se perteneciera a sí misma. No pudo ser, una vez más nos tocó bailar con la renga mientras el marido construye el partido único, sueño de todo devaneo fascista. Ayer fue Martínez de Perón, hoy Fernández de Kirchner. Ellas son ellas, no se pertenecen, son lo que nos han legado sus legítimos sus propietarios.