La Nación / Cultura. Buenos Aires, 5 de setiembre de 2011: La última vez que nos vimos, León dijo que la cremación era el último recurso del capitalismo frente al cuerpo. Viniendo de un hombre de izquierda, la idea resultaba desconcertante. Pero llevaba años acostumbrándome a esa idea de que los preceptos no estaban escritos en roca; también al diálogo gentil, a la generosidad intelectual, al empeño de Rozitchner por desmenuzarlo todo, por volver a pensar lo pensado. A instancias de su buen humor, dije que con la defensa de la sepultura frente a la cremación estaba cumpliendo con el requerimiento de que todo marxista en el siglo XXI habrá de convertirse en conservador. Como era de esperarse, Rozitchner refutó: "Ante el embate capitalista que apunta a destruirlo todo, bien hacemos algunos en conservar lo que se pueda".
Se me ocurre que con la muerte de León el pensamiento crítico de la izquierda argentina pierde una de sus voces más tolerantes, pérdida que hemos de lamentar en los tiempos que se avecinan. En las infinitas discusiones no recuerdo haberle oído pronunciar la palabra "enemigo"; tampoco estaba dispuesto a callarse frente a sus aliados ideológicos. En ese vértice, en ese margen delicado, vivió el León Rozitchner que conocí. Alguna vez, en respuesta a mi voluntad por encasillarlo en algo, me reclamó por escrito: "Se ruega aclaración para un pobre lector que no es ni de izquierda ni de derecha, ni individualista ni colectivista, ni indio ni cowboy, ni productor de cortos, ni mucho menos de largos".
Estoy seguro de que hay otros Rozitchner posibles y que el bronce lo espera implacable con su pátina de discursos. Quizá por eso es que prefiera recordarlo así: lleno de dudas, lúcido y afectuoso, dispuesto al diálogo hasta las últimas consecuencias. De aquel diálogo rescato aquella preocupación con el destino: "Y debo confesarte -escribió- que para mí la Argentina es tierra de paso", dijo, "(de paso a otra tierra) que no es la Jerusalén prometida. La primera tierra que avizoré en mi vida fue la del cuerpo caliente, y húmedo, y fragante de mi madre: ese es mi rumbo imaginario". En la última conversación telefónica dijo que iban a operarlo, que el tumor estaba encapsulado, que el médico le había dicho que estaba hecho un toro y que todo iba a salir bien.
León, que había nacido en el 24, se sabía inmortal y eso nos reconfortaba a todos. Para mí, más que un toro, fue el león eternamente joven del Génesis, pero no uno que desciende de la reina de Saba, sino de Ite Mirkin, la esposa de Shulem Motje Rozitchner.
Un león con un abuelo agricultor que se llamaba Naum Mirkin, al que le decían rabino, y que había introducido el girasol en la Argentina. Busco entre sus cartas alguna palabra que sirva para despedirme y ninguna cumple el propósito. La idea no estaba entre sus infinitas preocupaciones. Quizá la que mejor se ajuste sea "Toujours à toi, Leibele".