Hubo una vez, en un reino muy lejano, monarcas que hacían su voluntad incuestionable. Los caprichos reales eran impuestos por la fuerza, hasta que un buen día se quedaron sin policía que les hiciera caso y fue ahí cuando comenzaron los problemas. La corona no tuvo entonces más remedio que buscar la colaboración de sus súbditos y fue así como nació el Parlamento. Esa forma de cooperación ha regido Inglaterra desde entonces hasta nuestros días aunque, cabe destacar, hubieron momentos aciagos, pretensiones absolutistas, católicos al acecho y guerras civiles por las que más de uno (empezando por Charles I) perdieron piñon y corona.