• E pluribus unum

Por Eduardo Montes-Bradley 

A partir de la confirmación de Barak Obama como candidato presidencial por el Partido Demócrata, comenzaron a pesar las interpretaciones de dichos en relación con los temas fundamentales de la agenda electoral: la guerra en Irak, la inmigración ilegal y la situación de una economía compleja que exhibe índices preocupantes. También es cierto que existen otros asuntos que desde siempre gravitaron, aunque no se los contabilice a diario: el aborto, la enseñanza o prácticas religiosas en las escuelas públicas y la pena de muerte, para mencionar tan sólo los más recurrentes. Otros, de menor calibre, han conseguido con frecuencia filtrarse en la agenda con el objeto de captar el voto de las minorías: el bilingüismo es uno de esos señuelos de la demagogia.

En recientes intervenciones, Obama se manifestó preocupado frente a la idea de un país monolingüe y entiende apropiado recomendar a los padres de América que se preocupen menos por la falta de dominio del inglés entre los inmigrantes y más porque sus hijos aprendan es-pañol. Esto último indigna a una amplia mayoría que entiende las declaraciones del candidato como una intromisión inaceptable. Un gobierno secular –suponen los detractores del argumento– debería mantenerse a distancia profiláctica, cuando menos prudente, en lo que respecta a relaciones domésticas entre ciudadanos, entre padres e hijos. En un esfuerzo demagógico por captar el voto así llamado hispano, Obama se equivoca: la lógica establece que sea el inmigrante quien se ocupe de aprender la lengua de sus anfitriones, más particularmente cuando esa lengua, en franca expansión y transformación, ha podido sintetizar las aspiraciones de expresión más diversas. El inglés que se habla hoy en Paterson, New Jersey o en Nueva York es lingua franca, cabal ejemplo de síntesis y diversidad cultural. Mucho más significativo que el español hoy fue, a fines del XIX y principios del XX, el yiddish y sin embargo poco y nada queda del más de centenar de periódicos publi-cados y de los teatros y programas de radio consagrados al idioma de los judíos ashkenazim. Tal vez algunas palabras sueltas: meshuganeh, shtinck, shmack, shlep... En el melting pot nada se pierde, todo se traduce. Los Estados Unidos es un país de inmigrantes donde la idea de la diversidad es síntesis: E pluribus unum.

Andrés Oppenheimer asiste la postura del candidato argumentando que el número de norteamericanos que dominan una lengua extranjera “es patético comparado con países como Luxemburgo”. Es posible que Oppenheimer estuviera en lo cierto, pero también es cierto que la su-perficie del Gran Ducado es inferior al minúsculo Rhode Island State (2.586km2) y que no es culpa de nadie que se encuentre rodeada de francoparlantes y alemanes que se turnaron a lo largo de la Historia por marcar las diferencias en lugar de disolverlas. Los Estados Unidos no son Europa y el tema sin duda es complejo y la complejidad se presta a juegos babelianos donde el desorden propicia la pesca, por ejem-plo: de votos. Al manifestar vocación bilingüista, Obama busca capi-talizar en el orgullo nacionalista del hispanismo, siempre afecto a las reivindicaciones triviales. Ríos de tinta han corrido en la estéril defen-sa de la “ñ” convertida -por capricho- en gallardete de una cruzada cultural mezquina. La raza, lo nuestro, la identidad cultural, mi gente y tantas otras muletillas, son recursos del conservadurismo progresista que ignora las transformaciones culturales por las que atraviesa la Humanidad, en su conjunto. La verdadera integración no se sostiene en el bilingüismo –como lo supone el senador por Illinois– sino en la incorporación práctica de valores culturales que trasciendan la limitación del lenguaje, prerrogativa que no alcanza ni los habitantes de Luxemburgo, ni los de Eslovaquia, ni los letones –llegado el caso– que para preservar la postal incólume garantizan la integridad corporativa de las partes.

En casi toda Europa el multilinguismo es antídoto contra la integración, la potage y la contaminación cultural a la que tanto te-men. En los Estados Unidos, esa integración supone asimilación: un solo idioma enriquecido en el léxico de muchos y una cultura en transformación que garantiza la vigencia del motto adoptado por resolución parlamentaria en 1782: E pluribus unum.

Los inmigrantes sudamericanos no son ni mejores ni más privilegiados que los chinos o los coreanos, que al igual que los rusos, polacos, italianos, noruegos, indios, persas, mongoles, suecos, y alemanes antes que ellos debieron aprender la lengua de la nación a la que vinieron a sumarse para enriquecerla. A lo largo de más de cuatro siglos el “experimento americano” se ha visto beneficiado con el aporte de todos, suponer que eso tenga que cambiar para privilegiar la pretensión corporativa del hispanismo es un concepto antinorteamericano que no ayuda al propósito de Barak Obama frente a la contienda electoral del próximo 4 de noviembre. 

por Eduardo Montes-Bradley